Pasear por el Raval y detenerse ante la fachada de Suculent es asistir a un cruce de historias: el bullicio exterior se disuelve tras el umbral, dando paso a la calma de un local donde la madera oscura y las paredes envejecidas hablan de otro tiempo. El espacio, deliberadamente recogido, acoge mesas de robusta madera y sillas gastadas por el uso, mientras una luz tenue se reparte entre detalles de forja y loza antigua, evocando de inmediato la autenticidad de las viejas tascas pero sin asomo de impostura. Aquí la memoria del barrio no es mero decorado, sino parte sustancial de la experiencia.
Toni Romero imprime carácter en cada aspecto de la propuesta culinaria. Su cocina se inscribe en la tradición mediterránea, aunque las técnicas contemporáneas y matices internacionales afloran sin estridencias, integrados con rigor y pausa. El chef rehúye los excesos y los despliegues innecesarios, enfocándose en la profundidad de los fondos y la precisión de las cocciones. La carta, lejos de ser extensa, actúa como declaración de principios: el recetario popular barcelonés se somete a una revisión tan respetuosa como inquisitiva, donde el ingrediente de proximidad, incluso el más humilde, se enaltece.
Se percibe un dominio absoluto de los métodos clásicos—fonds intensos, escabeches matizados, guisos que manejan los tiempos con paciencia—y una vocación por destilar el sabor sin recurrir a artificios. El resultado en el plato habla por sí mismo: fórmulas como el suquet de pescado recobran vitalidad en manos de Romero, donde la concentración de jugos y la textura perfecta del pescado sorprenden al comensal atento. A su lado, propuestas como el arroz meloso de costilla y sepia evidencian ese afán de armonía entre la cremosidad del grano y el carácter propio del mar y la montaña. La croqueta de jamón, convertida en pequeño manifiesto del corte y el equilibrio, rehúsa la exageración y seduce con su cremosidad sutil y notas de humo.
El contacto visual con la vajilla, la ausencia de adornos y una presentación depurada, enfocada en la materia prima, suscriben la honestidad y la contención que definen el sello de Suculent. Hay, por encima de todo, una búsqueda genuina del sabor esencial, un homenaje a la memoria gustativa reimaginada desde la contemporaneidad discreta. En manos de Romero, la proximidad y la tradición no son consignas vacías, sino motores de una cocina que dialoga con el pasado y el presente a través de platos que se convierten en relatos.
