Cruzando la discreta entrada de Dos Palillos, el ajetreo urbano queda atrás y se revela un espacio deliberadamente austero, donde la madera clara y los ladrillos desnudos evocan la esencia de los izakayas japoneses, pero con la impronta mediterránea que caracteriza a este rincón singular del Raval. La distribución se articula en torno a una barra alargada que actúa de frontera y escenario, mientras una iluminación tenue perfila el movimiento milimétrico de los cocineros y realza la presentación impecable de cada plato. No hay elementos superfluos, sólo una cuidada disposición que traslada el protagonismo al ritual gastronómico.
El concepto de Dos Palillos se levanta sobre la visión de Albert Raurich, cuya formación y recorrido en el icónico elBulli han fraguado una culinaria de precisión, donde el respeto por la técnica se entrelaza con una curiosidad inagotable. Aquí, la herencia de Asia —principalmente Japón, China y Vietnam— se funde con recursos locales en una interpretación que huye deliberadamente de los artificios. La carta, en permanente diálogo con la estacionalidad, ensaya con versiones de clásicos del tapeo oriental pensados desde la mirada barcelonesa.
En los menús degustación, la secuencia de bocados plantea un itinerario que desafía las expectativas. Sashimis de pescados poco habituales, tratados con sutiles ahumados o aliños sobrios; gyozas de papada ibérica, cuya textura gelatinosa encuentra equilibrio en la ligereza de la masa; nigiris de corte insólito, con arroz templado en su punto exacto; mini buns que sorprenden por sus rellenos intensos. Los dim sums marcan un punto de inflexión, rozando el refinamiento, mientras los tempuras introducen un contrapunto crujiente que remite a la desnudez del producto original. Cada plato propone un ejercicio de armonía y contraste a partes iguales, evitando la estridencia y priorizando la profundidad gustativa.
La filosofía de Raurich gravita en torno a la temporalidad del producto y una fidelidad genuina a las técnicas originales, pero impregnadas de una libertad creativa propia de Barcelona. Su estilo podría resumirse como una síntesis meditada entre rigor y osadía, donde la sencillez formal oculta una complejidad conceptual. En Dos Palillos, las fronteras entre tradición y modernidad se desdibujan, y el recorrido culinario expone un lenguaje propio, sutil y absolutamente personal dentro del panorama actual.
