Atravesar la Ronda de Sant Antoni y cruzar el umbral de Alkimia es asistir, casi en silencio, a un diálogo entre el pasado y el presente de la cocina catalana. Desde el primer instante, la atmósfera sugiere un tipo de lujo poco habitual: maderas pulidas y matices de luz cálida delinean el espacio con una simplicidad que rehúye la ostentación, mientras algunas notas artísticas —siempre discretas— aportan el contrapunto visual justo. Lo que más sorprende, sin embargo, es cómo este entorno protege del bullicio, envolviendo al comensal en una burbuja de calma donde todo parece estar cuidadosamente medido.
Jordi Vilá, la mente al frente del restaurante, plantea una cocina que avanza sin desprenderse de sus raíces. Aquí, las técnicas tradicionales y los productos locales, especialmente verduras de proximidad, pescados de las lonjas barcelonesas y carnes elegidas con rigor, se reinterpretan desde un punto de vista contemporáneo. Alkimia nunca queda atado a una carta fija: el menú evoluciona siguiendo el ciclo del mercado, y esa temporalidad se plasma en platos que transmiten la frescura del origen y una autenticidad palpable.
La presentación de cada elaboración destila una elegancia austera. Nada busca impresionar de forma forzada; los juegos cromáticos y de texturas surgen del mismo respeto absoluto al producto y a la temporada. Fondos de mar o caza laten bajo la superficie de muchas propuestas, aportando capas de profundidad que sólo se revelan en la degustación. No faltan espumas aromáticas o guiños a recetas catalanas antiguas, repensadas con una precisión que roza lo quirúrgico y siempre al servicio de una experiencia sensorial íntegra.
Esa búsqueda del sabor esencial se percibe ya en los aromas que escapan de la cocina abierta, anticipando bocados de intensidad medida y refinada. Las notas ahumadas, toques ácidos y acentos dulces se ajustan con una sensibilidad casi matemática, diseñando un itinerario gustativo tan contenidamente creativo como respetuoso con la memoria culinaria del territorio.
Dentro de los límites formales de su espacio, Alkimia sostiene una de las propuestas más personales y vivas de la escena barcelonesa, huyendo del efectismo fácil y apostando por un equilibrio entre innovación y patrimonio. El resultado es una cocina que no teme avanzar, pero lo hace con los pies firmemente anclados en la historia y en la honestidad de cada ingrediente.
