Atravesar el umbral de Via Veneto es adentrarse en un espacio donde el paso del tiempo adquiere un ritmo singular. El discreto resplandor de las lámparas y la calma que se respira en sus salones convierten cada comida en un momento de suspensión, lejos de las urgencias de la ciudad. Las molduras que recorren los techos, la elegancia sutil de los textiles y la blancura inmaculada de los manteles crean un marco que celebra la sobriedad y el refinamiento de antaño, sin ceder a excesos decorativos ni a la nostalgia forzada.
La cocina, bajo la dirección de David Andrés Morera, encuentra equilibrio entre la herencia y la actualidad. Su acercamiento es reflexivo; transmite un profundo respeto por el recetario catalán, pero sin encerrarse en la simple reproducción de fórmulas conocidas. El trabajo sobre los fondos y salsas, afinados con precisión, es palpable desde el primer bocado. Platos como los canelones trufados o el civet de liebre aparecen revestidos de una delicadeza renovada, mientras el suquet de pescado de roca revela una profundidad de sabor que solo otorgan las cocciones pacientes y el dominio técnico.
El protagonismo del producto es indiscutible. Sin aspavientos ni artificios, cada ingrediente llega a la mesa en plenitud, en justa proporción y con presentaciones sobrias, lejos de tendencias pasajeras. El menú evoluciona al ritmo de la temporada: setas recogidas en su punto álgido, verduras cultivadas en huertas cercanas, mariscos que evocan el litoral catalán o piezas de caza menor cuando el calendario lo exige. Todo se articula con una naturalidad que rehúye el efectismo para centrarse en la expresión pura y honesta de cada sabor.
La bodega es otro de los pilares silenciosos de Via Veneto. La selección, atenta tanto a grandes etiquetas nacionales como internacionales, acompaña las creaciones del chef sin protagonismo innecesario, acentuando la cohesión del conjunto. Ello refuerza la experiencia sin desviar la atención de lo esencial: el equilibrio, la medida justa entre memoria y actualización.
En el panorama cambiante de la alta gastronomía barcelonesa, Via Veneto sostiene su vigencia con una propuesta que elude grandilocuencias y se centra en la continuidad depurada de la tradición. Su permanencia no depende de gestos llamativos, sino de una búsqueda interior de la excelencia, tejida con paciencia y un sentido innato de proporción. La cocina convence, no porque lo pretenda, sino porque deja hablar con nitidez a lo esencial.
