Nada más atravesar el umbral de Saddle, el visitante se encuentra envuelto por una atmósfera en la que la sofisticación nunca resulta distante. La luz natural resbala sobre paneles de madera noble y rincones tapizados en tonos neutros, haciendo que el espacio respire amplitud sin perder ese aire de discreta exclusividad. Obras de arte contemporáneo, escogidas con tino, introducen destellos visuales que dinamizan la sobriedad de la sala y acompañan la experiencia sin imponerse.
En Saddle, el tiempo parece ralentizarse. Cada elemento, desde el silencio amable hasta la pulcritud de los manteles, anima a un disfrute pausado y atento. La arquitectura interior armoniza líneas modernas y guiños clásicos, creando el marco perfecto para que la cocina adquiera protagonismo. Aquí, el ritual de comer no es solo acto, sino ceremonia refinada.
El chef Adolfo Santos García despliega una propuesta que orbita entre la tradición y la modernidad. Su cocina evita el artificio superfluo: todo lo que llega a la mesa exhibe una búsqueda obsesiva por el equilibrio. Las texturas conviven sin estridencias: un caldo oscuro y brillante detiene la mirada antes incluso de que el aroma profundo anticipe sus matices; un corte perfectamente sellado revela el respeto por el producto y la precisión en las cocciones. Los fondos sabrosos, en ocasiones inspirados en la rica tradición europea, dialogan con ingredientes de temporada que se eligen en su punto exacto.
La estacionalidad es la brújula que guía la carta, y la presentación de los platos nunca es un mero juego estético. Las verduras –siempre plenas de color y viveza– contrastan con fondos reducidos hasta la transparencia y lacados que parecen extenderse sobre la piel del ingrediente. Lejos de la ostentación, la cocina de Santos propone combinaciones depuradas, donde cada elemento responde a la lógica de la sencillez más sofisticada.
La memoria gustativa encuentra en Saddle reinterpretaciones sutiles de recetas clásicas. No es raro que una preparación de ave o piezas de caza menor se presenten con una estética contemporánea, despojadas de cualquier exceso pero llenas de profundidad aromática. Cada bocado revela una cocina refinada, atenta al detalle, que nunca se impone sobre la materia prima. La filosofía del chef –una modernidad que reverencia el clasicismo sin servidumbre– se traduce en una experiencia que permanece en el recuerdo sin necesidad de aspavientos ni gestos grandilocuentes.
