En el panorama gastronómico canario, hablar de vanguardia implica mirar con atención a Nub, ese enclave de Costa Adeje que ha escalado con solvencia hasta la cúspide de la alta cocina atlántica. Nada en Nub resulta arbitrario: cada detalle visual, cada elección cromática en los manteles y los platos, parece meditado para propiciar un ambiente liminar entre el recogimiento y la expectativa. La sala, bañada en luz natural suavizada por cortinas etéreas, recibe al comensal con una estampa que evoca calma: predominan los tonos arena y ocre, mientras pequeñas piezas vegetales y una vajilla cuidadosamente seleccionada anticipan lo que aguarda en la mesa.
El credo de Andrea Bernardi, chef al mando, se percibe desde el primer instante en la propuesta culinaria: investigar los puntos de contacto entre Canarias, América Latina y Europa, pero sin seguir modas pasajeras ni dejarse arrastrar por la efusividad. La creatividad aquí no es un arrebato, sino el resultado de una reflexión donde la memoria gastronómica de las islas se revisita usando técnicas contemporáneas y productos de temporada. Esa dualidad se aprecia tanto en la paleta de sabores como en la presentación; platos que exploran el equilibrio entre acidez y dulzor, entre texturas poco convencionales y la pureza del producto local, se suceden en composiciones donde el impacto visual convive con una lógica interna precisa.
Resulta inevitable hablar de las preparaciones de Bernardi como paisajes en miniatura: el mar y la tierra se encuentran en armonías inesperadas, a veces a través de fondos de tubérculos autóctonos preparados a baja temperatura, a veces en la forma de pescados azules con matices ácidos que reavivan el paladar. No hay exhibicionismo, sino una búsqueda serena del sentido: los sabores se solapan sin saturar, las formas rehúyen lo grandilocuente y, sin embargo, son capaces de sorprender por su profundidad. Las técnicas —desde fermentaciones sutiles hasta fondos prolongados— permiten que ingredientes humildes alcancen un nuevo protagonismo.
Nub se distingue porque concibe el acto de comer como un ejercicio de exploración sensorial y conceptual. La experiencia fluye en una atmósfera que privilegia la contemplación y nunca la distracción. Lejos de perseguir el espectáculo fácil, el restaurante ofrece una visión sólida y elegante sobre la alta cocina insular. Cada plato se siente necesario, parte de un discurso narrativo silencioso pero innegable, fiel reflejo de la constancia intelectual y la mirada poliédrica que definen a su autor.
