Bajo los toldos de lona y entre la vibración de los adoquines, se descubre un entorno donde tradición y actualidad culinaria parecen dialogar sin estridencias: La Taberna del Gourmet ofrece una lección precisa de identidad alicantina desde el primer vistazo a su interior. A la entrada, los destellos cálidos de las bombillas sobre la madera pulida y la sutil disposición de frutas, embutidos y panes trasladan el espíritu de los viejos mercados locales a un escenario contemporáneo, marcado por la sobriedad y el respeto al producto. El murmullo de la ciudad filtra los aromas de hierbas frescas y pescados recién llegados, sumergiendo al comensal en una sinestesia propia del Levante.
La carta narra un relato familiar para quien conoce la región, y una exposición sensorial para quien la descubre. En ella, los productos de lonja y huerta configuran propuestas directas, sin afeites: salazones que conservan el rigor del tiempo, verduras asadas al carbón con notas terrosas y sutiles ahumados, desembocan en arroces con la exactitud del punto y la vivacidad de ingredientes justos. Uno de los emblemas de la casa, la fideuá de marisco, revela un trabajo meticuloso en el fondo, donde el sabor del mar se percibe nítido y sin máscaras. Entre los arroces sobresale el meloso de sepia y alcachofas, suavemente ligado, donde la cutícula vegetal del campo convive con la profundidad yodada.
Lejos de patrones prefabricados, aquí no se busca el lucimiento individual: la filosofía de la cocina se asienta en una apuesta colectiva por la estacionalidad y la excelencia del producto local. El equipo —sin nombres de relumbrón— adopta una mirada respetuosa hacia el recetario tradicional, al tiempo que abre pequeños márgenes para la reinvención, como sucede en postres que revisan dulces regionales desde una perspectiva actual. Un ejemplo singular es la coca boba reinterpretada, o el helado de turrón, que traza un puente entre pasado festivo y presente.
La Taberna del Gourmet se impone no solo por lo que sirve en el plato, sino por su manera de comprender la historia gastronómica del entorno y hacerla relevante hoy. Resulta un espacio donde el tiempo parece acompasarse al ritmo de los ingredientes, invitando a explorar la cocina alicantina desde su raíz, sin concesiones al artificio y con una hondura ajena al efectismo.
