En el trasiego incesante de la Calle de Ponzano, El Invernadero emerge como un oasis donde la cocina vegetal encuentra su máxima expresión contemporánea. Rodrigo De la Calle ha concebido aquí un santuario gastronómico que rehuye lo convencional. Nada resulta accesorio ni forzado en este espacio: cada rincón, cada gesto culinario susurra el vínculo íntimo con la naturaleza y un respeto genuino por el producto fresco.
Cruzar la puerta es entrar en un microcosmos bañado de luz suave, donde la madera clara convive con la calma del verde vivo. Plantas dispuestas con deliberación aportan vida e integran la naturaleza en la experiencia, diluyendo la frontera entre entorno y plato. La sobriedad de la decoración, pensada para desalentar distracciones, pone en primer plano la composición en la mesa. Los platos exploran la paleta de colores y texturas de la huerta, en un homenaje visual y aromático: tonos verdes vibrantes, destellos terrosos, pinceladas de flores comestibles y sutiles matices que evocan el perfume de la tierra tras la lluvia.
La propuesta culinaria se despliega en menús que varían con el pulso de la temporada, esquivando la repetición en favor de la sorpresa constante. De la Calle cultiva una filosofía basada en la investigación botánica y la innovación técnica, donde la creatividad es un medio para exaltar la estacionalidad extrema de cada ingrediente. Aquí, la zanahoria puede convertirse, tras un proceso de fermentación y reducción, en la base terrosa de un fondo inesperado. Los espárragos blancos —cuando la estación lo permite— son sometidos a delicadas cocciones y presentados junto a emulsiones de raíces o aceites herbáceos desarrollados a partir de largas pruebas en la propia cocina.
Si bien la presentación rehúye el barroquismo, no es ajena al asombro: composiciones precisas, casi escultóricas, realzan la vibración cromática de los vegetales. La sucesión de texturas —crujientes, cremosas, ligeras— y la presencia ocasional de fermentados añaden profundidad y carácter, sin desdibujar la identidad de la huerta. Cada preparación se percibe como un pasaje sensorial, entre la tierra y la mesa, donde el sabor es memoria y promesa a la vez.
El Invernadero propone, así, una lectura singular de la alta cocina vegetal. Sin estridencias ni dogmas, Rodrigo De la Calle plasma en el plato una visión radical del potencial que encierran brotes, raíces y flores: una exploración rigurosa, impulsada por la convicción de que la excelencia reside en la sencillez bien entendida.