En la verde comarca de Prendes, un caserón de madera y luz tenue asoma junto a la carretera, ocultando tras su aparente sobriedad una de las experiencias culinarias más reconocibles del norte. Casa Gerardo, bajo el cuidado de Marcos Morán Suárez, lleva décadas ejerciendo de puente entre la tradición asturiana y una visión personal, plenamente contemporánea, de la gastronomía. Al cruzar su umbral, los sentidos captan enseguida una atmósfera concebida para la calma: fondos en tonos madera, suavidad lumínica, piezas de cerámica hechas a medida, detalles vegetales que evocan el paisaje del entorno. La decoración, lejos de la ostentación, traduce la memoria del lugar en un lenguaje sereno y cosmopolita, sublimando lo local sin alardes y dejando que la mirada se pose, natural, en los elementos del presente.
La cocina de Morán Suárez abraza un repertorio genuinamente asturiano, pero lo despliega en registros inesperados. Aquí, las recetas clásicas de la región aparecen transformadas, conservando su sustrato identitario mientras asimilan técnicas contemporáneas. La fabada, disciplina mayor de la casa, mantiene la textura sedosa y el perfume profundo de las legumbres de siempre, pero introduce matices que actualizan el recetario. Aunque se respeta el sabor original, la presentación y la ligereza del conjunto revelan el deseo de no limitarse a reproducir la tradición, sino de impulsarla hacia el futuro.
Igual rigor se advierte en la selección de ingredientes, marcada por la estacionalidad: pescados que reflejan la cercanía del Cantábrico, carnes de fincas próximas y vegetales de pequeñas huertas de la zona. Cada plato parece dialogar con el territorio, traduciendo en colores y texturas los cambios de estación y la diversidad del paisaje asturiano. El mar y la tierra se alternan en pases que sorprenden por su limpieza visual: los emplatados, de una pulcritud estudiada, ofrecen composiciones donde cada elemento responde a una lógica precisa.
En Casa Gerardo, el acto de comer es tratado con una seriedad que prescinde de solemnidad. Todo está pensado para que el comensal advierta el carácter artesanal de la propuesta: desde la elección de la loza hasta el modo en que se conciben los fondos y las salsas, siempre al servicio de la materia prima y de una elegancia sin artificios. La estrella Michelin que distingue al restaurante no es un galardón superpuesto, sino la consecuencia de una ética de trabajo visible en cada detalle, desde la cocina hasta la mesa, en la que modernidad y origen comparten protagonismo sin estridencias.