Tras cruzar el umbral de Sobretablas, el bullicio del centro de Sevilla se disipa y da paso a una atmósfera de meticuloso equilibrio. Aquí, la luz natural que filtra los ventanales satura la estancia con una claridad serena, resaltando la geometría sencilla de las mesas y la calidez de la madera desnuda en contraste con textiles sobrios. En el ambiente hay una armonía casi tangible: el murmullo de la ciudad se atenúa y el espacio invita a detenerse, a contemplar los pequeños detalles, desde la cerámica artesana hasta los discretos elementos de diseño que sugieren una contemporaneidad sin excesos.
La propuesta culinaria de Sobretablas se desmarca de la ortodoxia sevillana con sutileza. Bajo la filosofía de reinterpretar la tradición andaluza desde una mirada personal, el chef plasma en cada plato un ejercicio de precisión y respeto al producto. No hay espacio para la extravagancia gratuita, sino para la honestidad de los ingredientes locales—verduras de temporada, pescados que conservan el frescor del Atlántico y carnes seleccionadas de pequeños proveedores regionales. Estos productos vertebran una carta que dialoga con la memoria culinaria del sur, aunque sin miedo a abrirse a influencias foráneas cuando el resultado lo exige.
La cocina aquí descarta el artificio y busca la síntesis: las presentaciones, limpias y contenidas, sugieren un guiño al minimalismo japonés, aunque sin perder la vitalidad cromática y textural propia de la gastronomía mediterránea. Salsas claras y fondos elegantes acompañan, más que protagonizan, fusionando los ecos de lo familiar con gestos técnicos más contemporáneos. Los platos emanan una sofisticación que no eclipsa el sabor esencial, sino que lo realza, invitando a explorar los matices de cada ingrediente en bocados que buscan el equilibrio antes que el impacto.
En Sobretablas, el menú se convierte en una narrativa que oscila entre el recuerdo y la innovación. La bodega, seleccionada en sintonía con la personalidad de la cocina, amplifica la experiencia sensorial sin imponerse nunca al plato. Es esta dualidad—entre memoria y modernidad, entre sabor y técnica—la que define la experiencia, permitiendo al comensal redescubrir la riqueza andaluza desde una perspectiva nueva, en un entorno donde la mesura y la integridad marcan cada paso del recorrido culinario.
