Ají abraza la dualidad de Barcelona: cosmopolita y tradicional, vibrante y sosegada. El restaurante, distinguido en la Guía Michelin, ha sabido instalarse con solidez en el tejido gastronómico de la ciudad a través de una personalidad tan ecléctica como coherente. Es difícil no dejarse atraer por su sala, donde la luz se cuela a través de ventanales amplios y resalta una paleta de tonos tierra y grises suavizados por piezas textiles de inspiración andina. Murales de trazo contemporáneo y discretos detalles latinoamericanos aportan sutiles anclajes visuales, reforzando la promesa de un viaje gustativo sin recurrir a estridencias escénicas.
La personalidad culinaria de Ají se forja en la confluencia de influencias peruanas, niponas y mediterráneas, aunque rehúye el exceso y la pirotecnia. El nombre rinde homenaje al chile, pero lo que define la propuesta es el equilibrio: sabores reconocibles, ejecutados con precisión, y una búsqueda deliberada de matices. Pescados frescos de proximidad, mariscos del Mediterráneo y vegetales de temporada protagonizan la carta, articulados en composiciones donde las salsas especiadas –con referencias a la tradición nikkei– se traducen en aderezos ligeros y emulsionados, casi siempre con un trasfondo cítrico o picante nunca dominante.
La filosofía de cocina se fundamenta en el respeto al producto y en la reinterpretación. Aquí no se persigue asombrar a costa de la identidad, sino afianzarla mediante cocciones comedidas, marinados suaves y técnicas de fusión depuradas. Las presentaciones reflejan ese sentido estético sobrio: platos de cerámica blanca o gris sirven de lienzo para construcciones que priorizan la naturalidad sobre el artificio, con cortes precisos de pescado, emulsiones delicadas y verduras trabajadas con minuciosidad. Cada elemento parece pensado para dialogar tanto en textura como en color, sin una nota más alta que otra.
Ají logra encapsular en cada plato la estimulante tensión entre tradición y modernidad. En la mesa, se percibe una propuesta que invita a leer los ingredientes locales a la luz de influencias lejanas sin perder el acento mediterráneo. Hay destellos de creatividad en las combinaciones, aunque el protagonismo recae siempre en la integridad del producto. Así, Ají se inscribe con naturalidad en la escena culinaria barcelonesa, consolidando una narrativa sutil, pulida y distante de la ostentación.