En pleno corazón de Asturias, Monte emerge como un enclave culinario discreto pero impactante bajo la batuta de Xune Andrade. Aquí, la modernidad se despliega sin estridencias y la tradición se despoja de nostalgia para dialogar con el presente a través de cada ingrediente. Cruzar las puertas de este restaurante es entrar en un juego de equilibrios controlados: la luz cambia sutilmente a medida que avanza el día, filtrándose por grandes ventanales y resaltando los matices terrosos de las maderas nobles y la elegancia austera del entorno.
El espacio, lejos de toda ostentación, acoge al comensal con una escenografía contenida. Cada textura –el mobiliario robusto pero sobrio, los reflejos sobre vajillas casi escultóricas, la quietud sonora que envuelve la sala– desempeña un papel en la experiencia sensorial. Hay una voluntad inequívoca de que la mirada y el paladar se centren en el plato, concebido como un microcosmos donde el paisaje asturiano se materializa de modo tangible.
Xune Andrade proyecta su visión a través de una cocina de raíz local, articulada por los ciclos del entorno inmediato: productos como el pitu caleya, la merluza cantábrica o la castaña se presentan bajo nuevas perspectivas gracias a la interacción entre técnicas de vanguardia y principios de temporada. Las fermentaciones largas, las maduraciones precisas y las cocciones pausadas enriquecen las matrices gustativas sin forzar protagonismos artificiales. Hay una contención deliberada que rechaza los excesos; incluso los fondos intensos y las notas ahumadas se integran de modo fluido, sin ostentaciones.
Las presentaciones enfatizan la desnudez: la vajilla artesanal enmarca composiciones donde el color se dispone con mesura, evocando los matices del monte asturiano y las transiciones de las estaciones. El menú degustación recorre paisajes de aromas silvestres y acideces refrescantes, con vegetales y productos de la huerta local elevados a categoría de relato gustativo. Cada pase surge como secuencia lógica, evitando saltos de registro.
En Monte, la identidad del territorio se traduce en platos que rehúyen la retórica fácil y prefieren el hilo sutil de la memoria: el entorno natural se convierte en repertorio, y la técnica moderna adquiere valor de puente, no de espectáculo. Así, el viajero gastronómico encuentra en este rincón asturiano una reflexión pausada sobre las posibilidades de la nueva cocina del norte, desprovista de retórica superflua pero cargada de intención y profundidad.