A puertas cerradas y lejos del bullicio, la cocina de Martín Berasategui revela una precisión casi quirúrgica, donde cada matiz tiene un propósito y cada ingrediente dialoga con el entorno inmediato. Basta observar la luz natural filtrándose a través de los amplios ventanales para comprender la intención de crear un espacio de recogimiento: la luz se posa sobre superficies de madera cálida y lino inmaculado, envolviendo la sala en un murmullo visual tan sereno como profundo. Allí, la armonía de los tonos neutros y el sutil tumulto de la naturaleza vasca enmarcan el inicio de una experiencia marcada por el detalle y la contención.La propuesta culinaria gravita sobre el recetario vasco, pero se aparta deliberadamente de la repetición o la nostalgia. Berasategui aborda la innovación como una prolongación natural de la tradición, depurando técnicas clásicas mediante el uso de fondos intensos, emulsiones ligeras y composiciones donde la temporalidad es norma. El producto, siempre de proximidad y máxima frescura, es la base sobre la que el chef edifica un estilo propio, reconocible en platos como las cocochas al pil-pil con flor de ajo, donde la textura sedosa del pescado se enmarca en una salsa ligada al punto justo, elevando la memoria gustativa sin estridencias.Cada pase surge con la contención de un trazo meditado: los emplatados minimalistas huyen del artificio innecesario, dando todo el protagonismo a formas y colores sobrios, lo que refuerza la pureza de los sabores. El menú degustación se despliega como un recorrido coherente; los contrastes se suceden de forma natural y aparece una ligereza insólita en las cremas, fondos y espumas, que nunca ahogan la materia prima ni buscan el impacto fácil. Es una cocina introspectiva, precisa en sus guiños al paisaje vasco y atenta a la evolución técnica de la alta gastronomía europea.Berasategui entiende la creatividad como un ejercicio de memoria y futuro a un tiempo: cada elaboración es un diálogo entre raíz y destino, entre lo domesticado por la tradición y lo sugerido por la curiosidad técnica. El resultado es un relato gastronómico sin exceso, donde la excelencia se afirma en los pequeños gestos, en la sobriedad de la sala, y en la manera en que cada ingrediente alcanza su plenitud. Este restaurante, faro silencioso de la vanguardia vasca, demuestra que la perfección está en perseguir, con fidelidad y constancia, algo siempre un poco más allá de lo esperado.
