Cruzar el umbral de Augusto es dejarse envolver por una quietud que conjuga el peso de la tradición cántabra y la discreta modernidad. Las paredes de madera oscura y suelos impecables evocan el pulso de la villa pesquera, mientras que detalles marineros —redes trenzadas, lámparas de forja— sugieren la presencia, casi tangible, del Cantábrico al otro lado de las ventanas. Ya desde el primer vistazo, la luz natural tamizada resbala por la sala generando destellos sobre una vajilla cerámica de líneas sencillas, pensada para no robar protagonismo a los colores vivos de cada plato.
La propuesta gastronómica de Augusto es, ante todo, un ejercicio de honradez hacia el producto autóctono. Lejos de complicaciones, la carta actúa casi como un compendio del paisaje: los pescados y mariscos que llegan a puerto cada jornada son, por méritos propios, el hilo conductor de la cocina. El bogavante se presenta apenas tocado, conservando el matiz dulce de su carne y apoyado por notas de cítricos suaves, mientras que el solomillo de vaca cántabra madurada se sirve sobre salsas reducidas que acentúan la profundidad de sabor, siempre con guarniciones que aportan matices pero sin distraer la atención del ingrediente principal.
Augusto no busca epatar mediante artificios ni presentaciones estridentes. Predomina una estética sobria en los emplatados, donde cada elemento responde a una lógica precisa: allí donde la memoria culinaria de la región pide sobriedad, el chef introduce ligeros destellos contemporáneos en la técnica, pero nunca pierde de vista la esencia. Las texturas, fielmente trabajadas, permiten al comensal apreciar la frescura del producto y el saber hacer heredado generación tras generación.
Esta fidelidad a una cocina local, depurada y sin excesos, se traslada también a la selección de vinos, con etiquetas regionales y de pequeños viñedos que, lejos de buscar la notoriedad, dialogan con los sabores de la mesa. El resultado es una experiencia gastronómica que habla en voz baja pero segura, donde tradición y modernidad no compiten sino que se entrelazan con naturalidad.
En Augusto, la cocina es una declaración de principios: respeto absoluto por la materia prima cántabra, sutilidad en la innovación, y un deseo constante de actualizar el recetario sin traicionar sus orígenes. Una dirección culinaria que ha sabido encontrar su equilibrio, reivindicando lo autóctono bajo una mirada contemporánea, sin renunciar a la calidez ni a la sobriedad que definen el norte.
