En Alcossebre, Atalaya emerge como uno de esos espacios donde la experiencia culinaria se alía de manera sutil con el entorno, logrando un equilibrio raro entre sobriedad y personalidad propia. El diseño del restaurante apuesta por la esencialidad: líneas puras, materiales honestos como la piedra y la madera, y enormes ventanales que tamizan la luz mediterránea a lo largo del día. El paisaje, omnipresente, se cuela sin resistencia en cada rincón del salón, acompañando la velada con destellos de azul marino y brisas que interrumpen el silencio solo lo justo.
La propuesta de Emanuel Carlucci gira en torno al producto de cercanía y a la reinterpretación de la tradición valenciana. Su cocina, lejos de anclarse en la nostalgia, ofrece un diálogo inteligente entre respeto y evolución. El pescador local provee lubinas y doradas que llegan tersas al pase, y las ortiguillas marinas se funden en un arroz meloso donde la densidad yodada se equilibra con la acidez sutil de fondos prolongados. El chef revela una predilección clara por el mar y los matices del entorno: verduras apenas manipuladas, hierbas recolectadas en la Sierra de Irta y guiños sutiles a especias internacionales aportan notas que enriquecen la estructura de cada plato sin traicionar su origen.
En el plato, la presentación evita el artificio gratuito: los ingredientes se disponen de manera casi topográfica, evocando la memoria del territorio y las texturas del paisaje costero. Así, la gamba roja aparece tratada en crudo cuando la temporada y el día lo permiten, o ligeramente marinada con aceites cítricos que intensifican su fragancia salina. La carta, esencial pero precisa, explora todo el repertorio cromático y gustativo de la zona: del naranja de la calabaza al verde intenso de las hierbas locales, cada elemento encuentra su espacio y peso en el conjunto.
El menú degustación, en constante evolución, actúa como un mapa estacional del territorio, invitando a descubrir nuevos matices con cada visita. Carlucci imprime a cada creación una serenidad audaz: no hay rupturas gratuitas, pero sí una voluntad de mirar el recetario valenciano desde una óptica contemporánea. Esta filosofía arraigada en el rigor técnico y la honestidad del producto convierte a Atalaya en una referencia para quienes buscan entender la costa desde el prisma de la alta cocina, donde la emoción surge casi en susurros, siempre fiel a la profundidad del paisaje mediterráneo.
