En pleno Madrid literario, Triciclo cultiva una identidad firme y reconocible al margen de tendencias efímeras, distinguiéndose por una sencillez intencionada y un sabio dominio gastronómico. Su interior acoge al visitante con maderas naturales y una cálida penumbra, detalles con los que se hilvana un ambiente acogedor y pausado, donde la conversación fluye con naturalidad, sin distracciones estridentes. Las líneas sobrias de su espacio actúan como un preludio silencioso de su propuesta culinaria, alejada de artificios y centrada en la autenticidad de los sabores.
La ausencia de un chef de renombre visible no ha supuesto un freno a la ambición creativa: aquí la filosofía se construye sobre el respeto al producto y la exploración de esencias globales reinterpretadas con sensibilidad local. Cada temporada dicta el ritmo de la carta, que se alimenta de pequeños productores y materia prima seleccionada con mimo. Así, la cocina de Triciclo se mueve entre la tradición madrileña y ligeros destellos internacionales, presentando platos que juegan con el recetario local y amplían sus horizontes hacia Asia o América Latina con una mirada contenida, nunca invasiva.
Uno de los rasgos que confiere carácter a este restaurante es la presentación de los platos: los emplatados, lejos de buscar asombrar, permiten que los matices de texturas y colores del ingrediente luzcan sin distracción. Todo responde a un propósito claro: guiar al comensal hacia el sabor esencial, con una ejecución precisa en puntos de cocción y contrastes equilibrados que ponen en valor lo que verdaderamente importa. Es frecuente encontrar sobre la mesa elaboraciones que han absorbido matices ahumados, vinagretas que equilibran con acidez justa, así como fermentados y salsas de inspiración mediterránea que amplifican, sin enmascarar, la naturaleza del producto.
La cocina de Triciclo respira esa voluntad de no dejarse arrastrar por la obsesión de la novedad, apostando por una innovación reflexiva, siempre al servicio del sabor y la memoria culinaria. La carta se transforma al ritmo de las estaciones, permitiendo descubrir ingredientes en su mejor momento y técnicas que respetan su esencia. En definitiva, su encanto radica en ese difícil equilibrio entre creatividad y sentido común, entre lo contemporáneo y lo arraigado, sin perder de vista la honestidad e integridad del oficio.