En el epicentro del siempre dinámico barrio de Salamanca, Mudrá despliega su propuesta vegetal con un rigor que deja huella entre quienes buscan matices nuevos en la alta cocina madrileña. Al atravesar la entrada, la atmósfera se adueña del visitante con una discreta elegancia. La luz natural, tamizada por ventanales generosos, suaviza los contornos de una estancia presidida por maderas claras y detalles vegetales. Cada elemento parece elegido para armonizar con el entorno, invitando al comensal a un recogimiento tranquilo, casi introspectivo, mientras el bullicio urbano se desvanece al fondo.
El espacio, diseñado desde una sensibilidad minimalista, huye de la ostentación y orienta la experiencia hacia lo esencial: la mesa. Las mesas, separadas con acierto, propician una conversación íntima y permiten apreciar el vaivén de luces y sombras sobre los emplatados. Es una escenografía sutil, donde la presencia de la naturaleza no resulta impostada sino fluye en texturas y colores, logrando que la atención gravite en los platos.
En Mudrá no hay espacio para dogmas culinarios ni para la repetición acomodaticia. La cocina, decididamente vegetal, entiende el producto como un punto de partida, nunca como una limitación. La personalidad del chef se percibe en la manera de abordar cada ingrediente: con respeto, sí, pero sobre todo con una mirada original que evita el artificio. Esa filosofía se materializa en una carta que evoluciona con el ritmo de las estaciones, incorporando productos de proximidad y de inspiración global. Las combinaciones de sabores no buscan epatar, sino explorar la sutileza de las transiciones entre ingredientes del Mediterráneo, acentos de Asia u otras latitudes, siempre bajo una coherencia interna que huye de la dispersión.
La presentación de los platos se inspira en la estética japonesa: el equilibrio cromático, los volúmenes cuidadosamente organizados y un sentido casi caligráfico de la disposición hacen que cada servicio resulte pausado y atento al detalle. No se trata simplemente de virtuosismo formal, sino de una prolongación natural de la propuesta —pragmática y poética a partes iguales— de redefinir el potencial de la cocina vegetal. Así, los clásicos internacionales reciben una relectura desde la huerta y los matices de temporada sustituyen cualquier exceso. Ser mencionado en la Guía Michelin viene a confirmar una línea de trabajo rigurosa, orientada a convencer tanto como a explorar sin efectismos, consolidando a Mudrá como uno de los epicentros del florecimiento creativo de la cocina a base de plantas en Madrid.