Cruzar el umbral de Lera es acceder a una experiencia culinaria donde el tiempo parece ralentizarse, envuelto en el embrujo de los muros de piedra y la madera desnuda. La sala, de líneas limpias y tonos neutros, invita a una contemplación pausada, como si la serenidad del entorno rural se filtrara por cada rincón. La luz natural, cuidadosamente dosificada, resalta las texturas cálidas de los materiales y refuerza esa atmósfera de sobria elegancia que convierte a los detalles en protagonistas silenciosos.
La propuesta gastronómica gira en torno a la autenticidad de la tradición castellano-leonesa, reinterpretada con una mirada contemporánea que huye de la ostentación. En manos de Luis Alberto Lera Collantes, la despensa local toma una nueva dimensión: la caza y las legumbres de la tierra, ingredientes que podrían considerarse humildes, cobran un lugar de honor. Aquí, la perdiz estofada aparece como un homenaje rotundo al recetario zamorano, mientras la liebre a la royal revela un trabajo técnico que dialoga con la memoria gustativa de la región. Los fondos concentrados, salsas recogidas y cocciones exactas denotan una cocina meditada, comprometida con la materia prima y con el relato que cada plato encierra.
Nada en Lera es accesorio. El menú cambia siguiendo el pulso de las estaciones, lo que permite al comensal descubrir la riqueza del entorno bajo nuevos matices en cada visita. La temporalidad marca la pauta, y las hortalizas, carnes y legumbres reflejan el ciclo natural de la tierra castellana. La presentación de los platos, lejos de cualquier exceso visual, mantiene un rigor clásico: las composiciones son contenidas, precisas, dejando que el producto –siempre reconocible– hable por sí mismo.
A través de los escabeches, cremas perfumadas con hierbas del entorno o asados de cocción suave, se percibe una filosofía que valora el sabor honesto por encima del efectismo: el chef busca una síntesis entre innovación y arraigo, explorando las posibilidades que brinda lo autóctono sin adulterar su esencia. El pan artesanal, de miga densa y aroma terroso, acompaña y redondea cada bocado, subrayando la importancia que Lera otorga al conjunto de la experiencia.
No hay estridencias en la propuesta, sino una voluntad de mostrar la grandeza serena de una cocina nacida de la tierra, modelada con rigor y respeto, y actualizada con la sensibilidad de quien entiende la tradición como un punto de partida para dialogar con el presente.
