Cruzando el umbral de DSTAgE, la percepción de lo que puede ser un restaurante se transforma. Más allá de su fachada discreta, el proyecto de Diego Guerrero refleja una visión personalísima, donde la cocina se convierte en un escenario dinámico, y todo, desde la disposición arquitectónica hasta el último bocado, responde a una lógica creativa. Aquí, el espacio respira amplitud y luz; una estética de inspiración industrial marca la pauta, donde los matices cálidos de la madera dialogan con la desnudez del metal y la claridad del cristal. El mobiliario minimalista permite que cada gesto y cada plato encuentre su lugar en este lienzo cuidadosamente construido. En DSTAgE no se persigue el efectismo inmediato; la experiencia gira en torno a la exploración y la sorpresa medida. El menú degustación funciona como mapa y brújula, invitando al comensal a transitar por territorios de sabor que traspasan las fronteras habituales. La influencia internacional es patente, pero solo como herramienta: los ingredientes viajan desde Japón o Latinoamérica, pero el hilo conductor es una mirada española, siempre vinculada al producto local. Así, el chipirón o el carabinero adquieren nuevo protagonismo, entre preparaciones y técnicas que rehúyen la nostalgia en favor del descubrimiento. Cada pase introduce algo inesperado—una textura nunca antes hallada, un contraste cromático intenso sobre loza de diseño austero, una composición asimétrica que dirige los ojos antes de activar el paladar.Es difícil separar la atmósfera de la propuesta culinaria. La luz, cuidadosamente modulada, perfila los contornos de cada plato, potenciando la impresión de estar ante una pequeña obra efímera. La vajilla, blanca y sencilla, cede protagonismo a los alimentos: verdes oscuros y rojos vivos resaltan sobre el fondo neutro, invitando a la contemplación antes de la degustación. En cada detalle se percibe la filosofía de Guerrero—un empeño en el riesgo calculado, la voluntad de desafiar el confort y evitar las fórmulas agotadas de la alta cocina.DSTAgE no se define por reglas ni repite esquemas previos. La cocina cobra aquí una dimensión libre, inquieta e intuitiva. Ningún elemento resulta accesorio, y cada combinación busca un sentido emocional más que el mero asombro técnico. El resultado no es sólo una suma de platos, sino una narración sensorial, tejido a partir de memoria, experimentación y una mirada en movimiento constante. Así, la experiencia alcanza al comensal como un viaje personal e irrepetible, tan sutil como radical en su propuesta.