Basta cruzar el umbral de Casa Garras para que la atmósfera revele el firme anclaje del restaurante en la identidad vasca más esencial. El aroma a leña y tierra húmeda, las paredes desnudas de piedra enmarcadas por vigas antiguas y la luz que inunda una sala de líneas limpias dan la bienvenida a un espacio donde la autenticidad no responde a modas, sino a un personal ejercicio de memoria. Aquí, los elementos decorativos —la alfarería local, algún destello de cobre trabajado, detalles que parecen hallados en una casona familiar— no buscan deslumbrar; preparan al comensal para un viaje sensorial pausado, casi ceremonial, que tiene en la cocina su núcleo central.
La propuesta culinaria de Casa Garras transita el recetario vasco desde la honestidad y una precisión técnica capaz de enfatizar la rusticidad de cada plato. La cocina se abre al territorio: ingredientes de la huerta vizcaína, caza de temporada y pescados del Cantábrico componen una carta fiel no solo al producto sino también al tempo de la naturaleza. Cada estación encuentra su eco en la mesa. Así, un caldo de temporada, denso y ahumado, anuncia la llegada del otoño, mientras las setas silvestres evocan sendas en penumbra bajo robles centenarios. La carne, protagonista indiscutible, se presenta en guisos de cordero lechal donde el sabor primario resulta intacto, respetando la fibra y jugosidad de la materia prima.
La presentación mantiene un delicado equilibrio entre la elegancia sobria y el protagonismo invariable de cada ingrediente. Lejos de la estridencia efectista, los platos muestran una armonía cromática y textual —pimientos rellenos que conservan la intensidad de su rojo, alubias rojas acompañadas por sus sacramentos perfectamente dispuestos—, subrayando la intención de una cocina que no busca distraer sino revelar.
El estilo del equipo de cocina, impregnado de una filosofía que entiende la tradición como origen y no como límite, rehúye las técnicas innecesarias: la innovación, si emerge, lo hace desde la pulcritud y el respeto, no desde la ruptura. Así, logran captar la esencia de un recetario transmitido durante generaciones, apuntalándolo con pequeños gestos de creatividad que nunca traicionan la memoria gustativa local. En Casa Garras, la experiencia converge en una sensación de honestidad y pertenencia, como si cada plato desvelara, sin artificio, el pulso lento de una tierra que se resiste a perder su voz.
