En el centro histórico de Soria, las piedras antiguas y un ritmo de vida tranquilo preparan el escenario para una propuesta gastronómica poco común: Baluarte. El restaurante se aleja de la ostentación para abrazar una modernidad silente, reflejo de la visión de Óscar García Marina. Aquí, la cocina soriana se lee como un manifiesto de sobriedad y precisión, lejos de la nostalgia pero íntimamente ligada al entorno.
La atmósfera del comedor es contenida y luminosa, diseñada para favorecer una inmersión total en la experiencia gastronómica. Maderas pálidas, piedra desnuda y matices oscuros se enlazan en un discurso visual que subraya lo esencial: el plato. No hay elementos superfluos, y la disposición de cada detalle apunta a una elegancia funcional. Desde la disposición de la vajilla hasta los destellos de los cubiertos, todo invita a una atención pausada.
La carta se articula en torno a ingredientes autóctonos, seleccionados en función de la temporalidad y expresión del territorio soriano. La trufa negra —tesoro de la provincia— encuentra aquí un tratamiento sutil, sin estridencias. A menudo resalta sobre huevos de corral preparados a baja temperatura o se integra en fondos delicados que remiten al sotobosque castellano. Las setas silvestres y los productos de monte aparecen en combinaciones meditadas, nunca gratuitamente complejas, apuntalando una identidad nítida que refuerza el pulso de cada estación.
García Marina defiende una cocina honesta y depurada, donde la técnica está al servicio del sabor y nunca es mero alarde. Los puntos de cocción son rigurosos; los fondos, intensos y limpios. No es casualidad que uno de los sellos de la casa sea la pureza de los matices terrosos —un hilo conductor que recorre el menú— y la conjugación de texturas en un discurso siempre sobrio. El chef evita la afectación: la innovación emerge como resultado natural de la escucha al entorno y al diálogo constante con productores locales, en sintonía con una filosofía de cuidado continuo y respeto por la materia prima.
Degustar en Baluarte es recorrer una cartografía del paisaje soriano transformada en bocados de textura y aromas evanescentes. El comensal viaja de la altitud de los pastizales al frescor de los valles, reconocibles en cada elaboración. La estrella Michelin no brilla aquí como un fin en sí mismo, sino más bien como el reflejo de una aspiración ininterrumpida a la excelencia, sustentada en compromiso, rigor y sensibilidad.