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Mermelada de calabaza: receta casera y variaciones

Por
Fine Dining Lovers
Redacción
Dificultad
Fácil
Tiempo total
1H 0MIN
Cocina
Ingredientes

Pulpa de calabaza: 700 g

Azúcar blanca o morena: 200 g

Zumo de limón: 2 cucharadas

Canela en rama: 1

Agua: 100 ml

La calabaza es uno de los ingredientes otoñales más versátiles en la cocina, y esta receta de mermelada casera aprovecha todo su dulzor, para que puedas disfrutarla en desayunos, meriendas y postres.

01.

Pelar la calabaza, retirar las semillas y cortar la pulpa en dados pequeños para acelerar la cocción.

02.

Colocar los trozos de calabaza en una cazuela junto con el azúcar y el zumo de limón.

03.

Añadir la rama de canela y verter un poco de agua si la pulpa no suelta suficiente líquido.

04.

Llevar la mezcla a ebullición, luego bajar el fuego y cocer a temperatura media-baja, removiendo de vez en cuando.

05.

Continuar la cocción durante 30 a 45 minutos, hasta que la calabaza esté muy blanda y la mezcla espese.

06.

Comprobar la consistencia: colocar una cucharadita sobre un plato frío y deslizarla; si forma arrugas, está lista.

07.

Triturar y rellenar tarros de cristal esterilizados con la mermelada caliente, dejando un margen libre.

08.

Cerrar bien y, si se quiere conservar por más tiempo, realizar un baño María durante entre 15 y 20 minutos.

Consejos y trucos

Para obtener una mermelada de textura perfecta, es importante pelar bien la calabaza y retirar todas las semillas, además de cortarla en trozos pequeños para que la cocción sea más rápida y homogénea. Si decides usar azúcar, no es necesario igualar su cantidad al peso de la fruta: la calabaza ya tiene un dulzor natural que permite reducir la proporción sin perder sabor.

En cuanto a los utensilios, conviene utilizar una cazuela de fondo grueso, ya que distribuye mejor el calor y evita que la mezcla se pegue o se queme mientras se reduce. Durante la cocción, es recomendable remover con frecuencia para evitar que el azúcar se caramelice en exceso. Si al final la mezcla queda demasiado líquida, se puede subir ligeramente el fuego durante unos minutos para que se evapore el exceso de agua y así lograr una consistencia más densa.

Variantes

Esta receta se presta a muchas adaptaciones según el gusto o el uso que vayas a darle. Una versión clásica es la de canela y limón, en la que se añade una rama de canela y ralladura de limón para acentuar el aroma y darle un punto más fresco. Si, en cambio, quieres un perfil más exótico, puede utilizar vainilla o cardamomo. Si prefieres una mermelada sin azúcar, basta con sustituir el azúcar por edulcorante y añadir zumo de naranja junto con una ramita de canela. Y si te gusta jugar con las texturas, una buena idea es preparar una versión mixta, triturando solo la mitad de la mezcla, para que queden pequeños trozos, o bien probar con diferentes variedades de calabaza.

Con qué acompañar la mermelada de calabaza

La mermelada de calabaza es tan versátil que puede disfrutarse en prácticamente cualquier momento del día. Resulta deliciosa sobre tostadas de pan artesanal, acompañada con mantequilla o queso fresco, y también combina muy bien con yogur natural o griego, junto con frutos secos o semillas para un toque crujiente.

En repostería, su sabor suave la convierte en un relleno excelente para postres, tartas, bizcochos o crepes, a los que aporta humedad y un dulzor equilibrado.

Cómo conservar la mermelada de calabaza

Para conservar la mermelada en óptimas condiciones y mantener su sabor, textura y seguridad, es fundamental esterilizar los tarros antes de llenarlos. Una vez lista la mermelada, se debe verter caliente en los tarros, dejando uno o dos centímetros libres hasta el borde para permitir la expansión del contenido.

Después, hay que cerrar bien los frascos y, si se desea prolongar su duración, realizar un baño María: colocar los tarros cerrados en una olla con agua que los cubra casi por completo y hervir durante 15 a 20 minutos. Al finalizar, se dejan enfriar boca abajo hasta que el vacío quede sellado y se etiquetan con la fecha de elaboración.

Los tarros se deben guardar en un lugar fresco, seco y alejado de la luz. Una vez abiertos, se recomienda mantenerlos en la nevera y consumirlos en unas pocas semanas. En el caso de las versiones sin azúcar, esto resulta aún más importante, ya que carecen del efecto conservante natural del azúcar y deben mantenerse siempre refrigeradas después de abrirse.

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