“Esto es como Narnia, una tierra surrealista donde todo es posible", dice la escritora gastronómica Lígia Velasquez. Disfrutando de un espumoso venezolano sentada en una mesa redonda cubierta con un mantel de lino blanco en el restaurante Sereno, en el acomodado barrio caraqueño de Altamira, utiliza la metáfora del mundo de ficción creado por el escritor C. S. Lewis para explicar el momento que atraviesa su país natal. "Hace falta un poco de fantasía para entender lo que está pasando ahora mismo en Venezuela", prosigue.
Tras años de escasez extrema, algunos venezolanos llevan ahora una vida de lujo en un país con uno de los mayores índices de desigualdad del mundo. Coches importados de último modelo circulan a toda velocidad por las calles de la capital, mientras que los centros comerciales están abarrotados de clientes. Una nueva oleada de restaurantes ofrece a los comensales acomodados la oportunidad de salir a disfrutar de una comida.
La actual escena de restaurantes de Caracas ilustra esta compleja realidad, con focos de riqueza en aumento y la recuperación de cierto orgullo nacional. Después de que la corrupción y la mala gestión destruyeran la economía venezolana, provocando una profunda crisis humanitaria (más de 6,8 millones de venezolanos han abandonado el país desde 2015, según Naciones Unidas), el país parece estar recuperándose económicamente. EE. UU. ha reducido las sanciones al petróleo, los productos cotidianos son fáciles de conseguir y la pobreza ha disminuido (actualmente, la mitad del país vive en la pobreza, frente al 65% en 2021).