Escondido entre las callejas empedradas de Hervás, Nardi trasciende la noción habitual de restaurante para convertirse en una sutil evocación de la memoria extremeña. Nada en su ambiente resulta impostado: las paredes de piedra, rugosas y salpicadas de matices terrosos, dialogan con la calidez de la madera visible, creando una atmósfera que invita a bajar el ritmo y entregarse a la contemplación pausada de cada detalle. El mobiliario es contenido pero no frío: líneas limpias, formas funcionales; la luz se distribuye con precisión, acentuando rincones y resaltando la textura natural de los materiales, sin estridencias.
En el corazón de Nardi, la cocina respira un respeto inquebrantable por la temporalidad y el producto local. La propuesta del chef, menos preocupada por el protagonismo individual que por la coherencia de una visión, se articula en torno a una filosofía clara: reivindicar la despensa extremeña, no como una postal detenida en el tiempo, sino como fuente de inspiración para un recetario en constante evolución. Así, la carta refleja el pulso de las estaciones y la generosidad de la tierra—la ternera de la sierra, embutidos de corte artesanal, quesos elaborados en pueblos cercanos—siempre acompañados de vegetales de huerto y setas que remiten inmediatamente al sotobosque del Valle del Ambroz.
Al enfrentarse a la mesa, el comensal descubre una presentación que rehúye cualquier exceso decorativo. Sin ornamento superfluo, cada plato se concibe para revelar la nobleza de su ingrediente principal: los cortes de carne, jugosos e intensificados por cocciones lentas; los fondos reducidos hasta el límite, sin perder su transparencia gustativa; los aceites, los jugos, todo aparece dosificado, diseñado para acompañar, nunca para sobreponerse. No faltan matices de cocina sefardí—un eco histórico de la propia Hervás—que asoman en especias, en los guisos tenues de legumbre y en la presencia casi ritual del aceite de oliva virgen extra.
El discurso de Nardi se ordena, así, a partir del diálogo entre tradición y mirada contemporánea, sin ceder espacio a la nostalgia ni a la extravagancia. La carta de vinos, predominantemente regional, acompaña sin invadir, reforzando la raíz extremeña de la experiencia. Cada elemento parece pensado para componer una narrativa gustativa coherente, donde lo esencial nunca grita, pero tampoco se esconde. Nardi confirma que la excelencia es a menudo cuestión de equilibrio, no de alarde.