La presencia de Can Simoneta en la bahía de Canyamel resulta inconfundible, tanto por su enclave privilegiado como por la propuesta culinaria que ha consolidado bajo la dirección de David Moreno. Lo primero que cautiva, antes siquiera de abordar la experiencia de la mesa, es la sensación de refugio: grandes ventanales que perfilan la luz mediterránea, paredes de piedra que invitan al silencio y maderas claras donde descansa el rumor lejano del mar. El entorno arquitectónico—impecable en su equilibrio entre rusticidad y modernidad—anticipa una cocina que defiende la naturalidad como principio rector.
Moreno construye su narrativa gastronómica alrededor del producto mallorquín, buscando un diálogo constante entre el carácter rotundo del litoral y la suavidad de la huerta interior. La vista de los platos revela, desde el primer instante, esa preferencia por lo esencial: composiciones limpias, cromatismos que evocan la riqueza de la tierra y el mar, porciones medidas que huyen de cualquier exceso superfluo. La vajilla es casi un marco silencioso, dejando que la viveza de los ingredientes ocupe el centro de la escena.
El chef aborda la tradición local con respeto, sin desdeñar los gestos de una cocina contemporánea que afina técnicas y revela matices insospechados. La carta despliega pescados de proximidad, seleccionados en su punto óptimo de frescura, tratados con delicadeza para resaltar texturas y sabor sin disfrazar su origen. Los fondos suaves—realzados a veces por notas herbáceas como el hinojo marino—aportan profundidad y persistencia, mientras que las hortalizas de temporada y las hierbas de la propia isla introducen matices aromáticos que cambian con cada estación.
La selección de panes merece atención aparte: piezas artesanas, con corteza fina y miga húmeda, diseñadas para acompañar sin robar protagonismo. En sintonía, emulsiones ligeras de cítricos y aceites aromáticos aparecen de forma mesurada, sustentando la filosofía de una cocina ligera pero reconfortante. Aquí, la sofisticación se mide en la proporción justa de cada elemento, en la precisión de un emplatado donde nada queda librado al azar.
Can Simoneta no apuesta por grandilocuencias; su valor reside en esa difícil sencillez que hace que cada pase destaque por claridad y coherencia. Moreno define así su estilo: una mediterraneidad desnuda, atenta al ritmo pausado de la isla, donde tradición e innovación encuentran su punto de convergencia sin perder identidad ni honestidad.