El nombre de Barro se ha impuesto entre los espacios más inquietos de la gastronomía castellana, sustentado por la visión personal de Carlos Casillas Hernández. Al traspasar la puerta, el visitante percibe un ambiente pensado para ralentizar el tiempo: el aroma tenue de la madera, la textura áspera de los muros orgánicos y el juego medido de luces envuelven el espacio en una atmósfera de recogimiento. No hay adornos superfluos; predominan los materiales nobles —madera sin tratar, tejidos naturales— y una paleta de colores terrosos, apenas interrumpida por la presencia sobria de cerámicas locales. La sala sugiere la calma de la meseta castellana, invitando a centrar la atención en lo esencial.
Esta filosofía de contención se traduce, sin estridencias, en la propuesta culinaria. Barro discurre por el territorio de la vanguardia silenciosa, donde la reflexión sobre los ingredientes es tan minuciosa como la ejecución en cocina. El recetario tradicional de Ávila se reinterpreta a través de gestos contemporáneos: productos de cercanía —hortalizas de temporada, fondos armónicos, embutidos artesanos— resplandecen bajo técnicas precisas, sin artificio. La carta se pliega a los ritmos de la naturaleza, y el menú evoluciona según el pulso agrícola local.
En cada plato, el rigor se mantiene discreto pero constante. El chef orquesta un diálogo entre la rusticidad primaria del ingrediente y el refinamiento de la composición visual. La disposición de los elementos nunca resulta accesorio: emulsiones delicadas, juegos sutiles de textura y color construyen una narrativa gustativa que nunca olvida el origen del producto. No hay concesiones a la ostentación; la estética sirve de puente hacia la profundidad del sabor, planteando siempre un tributo al paisaje circundante.
Las creaciones de Carlos Casillas Hernández gravitan en torno a una premisa clara: reinterpretar la memoria colectiva de la comarca, desvelando matices insospechados en ingredientes habituales. Su cocina no reposa en la simple innovación; más bien, ahonda en la raíz para destilar una contemporaneidad sobria y sin afeites. Esta visión ha consolidado a Barro como referente de una nueva generación culinaria: comprometida con el entorno, atenta al paso de las estaciones y rigurosa en cada detalle. Aquí, tradición y modernidad se entrelazan en un ejercicio de equilibrio que resulta tan esencial como el propio paisaje abulense.