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Casas Colgadas

Casas Colgadas de Cuenca
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C. Canónigos
16001 Cuenca Cuenca
España

Día Time slot
Lunes Cerrado
Martes 00:00-23:59
Miércoles Cerrado
Jueves Cerrado
Viernes Cerrado
Sábado Cerrado
Domingo Cerrado
Precio
Caro
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Un paseo por la hoz del Huécar conduce hasta uno de los perfiles más célebres de Cuenca: las Casas Colgadas. Allí, fusionado con la arquitectura histórica que asoma al desfiladero, el restaurante del mismo nombre ofrece una experiencia gastronómica en la que el tiempo parece transcurrir de modo distinto. El contraste entre el rigor de la piedra centenaria y la calidez de sus interiores se percibe nada más cruzar el umbral. Vigas de madera, muros de tonos tierra y ventanales desacostumbrados que llenan el comedor de luz natural invitan a una calma contemplativa poco frecuente fuera de este enclave. Todo en el ambiente remite a la sobiedad y nobleza castellana, sin que ningún elemento ornamental distraiga del epicentro: la mesa y sus promesas.

La decoración, lejos de buscar el impacto, descansa en materiales autóctonos y detalles que evocan la sierra conquense. Se percibe una armonía precisa entre la memoria rural y una elegante contención contemporánea. El rumor del viento y la sensación de altura—como suspendidos en el paisaje—incrementan esa inmersión en lo local que Casas Colgadas convierte en relato gastronómico.

La cocina afirma su identidad en cada propuesta, dejándose leer como un manifiesto de profundo respeto por el producto y sus orígenes. Sin la necesidad de un nombre mediático en cocina, el equipo aplica una filosofía nítida: escoger ingredientes de proximidad, procedentes de huertos y ganaderías del entorno, para elevar la tradición manchega con miradas renovadoras. Así, aparecen en la carta pensadas recreaciones de productos emblemáticos, como el ajo morado, el cordero autóctono o setas silvestres de la montaña cercana, interpretados con métodos que abren nuevas texturas sin perder la honestidad original del sabor.

No hay artificio en el emplatado: los fondos terrosos y los verdes de la huerta conquense dictan la paleta, mientras la austeridad visual deja espacio para que cada ingrediente declare su procedencia. El queso manchego curado aporta matices umami reconocibles, los aceites de oliva local matizan sin dominar, y todo asume una temporalidad rotunda, con la estacionalidad como motor de la carta. Puede decirse que, aquí, cada plato construye un puente sutil entre la memoria culinaria de la región y una revisión respetuosa.

El resultado es un ejercicio de contención y autenticidad, donde la naturaleza y el saber hacer local se reflejan tanto en el ambiente como en el plato, invitando a una lectura pausada del paisaje gastronómico de Castilla-La Mancha.

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